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Foto: Luis Arellano

Mozart en el tianguis

Bicitecleando: andares por la ciudad

Tomás Di Bella

De alguna u otra manera todos vamos al sobrerruedas. Lugar plural donde la gente va a comprar, intercambiar, u observar a la gente. Gente común, de a pie, corriente como el agua, esa que se debe brindar y proteger. Y caminar por ahí es observar que no sólo el pantalón usado, el disco escuchado, el libro leído o el plato limpiado, aún siguen sirviendo. Este es el lugar del reciclaje, del reúso, de la reinvención. Es el lugar donde la reunión inventa el lenguaje, resarce las maneras de no estar en soledad. Y ahí se encuentran las frituras, las envolturas, los paquetes, las herramientas oxidadas, las bicicletas rodadas, los trajes viejos para el año nuevo.

Aquí, de alguna manera se encuentran entre máscaras y risas, los ninguneados, los ancestrales desposeídos, las mujeres que libres andan a prisa y ríen, los ancianos que piden unas monedas o los cantantes que casi son saltimbanquis, estos con pelotas del sur de Chiapas o del norte de Oaxaca. Este es el lugar que es la zona temporalmente independiente, donde no te encuentras patrullas porque la calle está tomada en sana paz, porque la guerra de todos los días tiene una tregua, porque es breve la paz que alcanzamos, entre todos, los visitantes y los que están para recibirnos.

Este es el lugar que no se llama gran empresa: no es home depot, no es wallmart, no es pizza hot, ni calimaxes ni leyes, no es taco bell, no es la gran vía o san pedro. Y por ello, este lugar es la resistencia, el amarre de los de abajo, el asunto de todos, la música que deviene en voces libres de descontento, en cumbias y cachondeos. Este es el lugar preciso donde los verdaderos desposeídos poseen su esencia. Y ella es la comunidad en la calle. El tianguis es, en esencia, lo ancestral enfrentándose a lo moderno, al sincretismo mercantilista. Aquí no hay pantallas de compras en internet, ni existen posibilidades de usar tu tarjeta de crédito. Aquí no encuentras a gente maquillada en la hipocresía del espejo, en la salutación efímera de la misa del domingo, o en la antesala del rico pastel antes de la traición. Aquí el grito es libre y múltiple.

Y en ello, caminando entre la algarabía multicolora de la gente en sus asuntos de compra y venta, de risa y locura, de tacos grasosos y de sabrosura de caminata, de pronto, débilmente, y poco a poco, una música sobresalía entre las filas de muchas ropas y zapatos usados, entre los tacos de borrego y las salsas rojas de chiles: el réquiem de Mozart.

Lo sublime no está en los aristócratas encerrados en sus chimeneas y sus mansiones.

06 de diciembre de 2021

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