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Foto: Luis Arellano

Las campesinas alrededor de Constellation Brand

Bicitecleando: andares por la ciudad

Por: Tomás Di Bella

Es invierno en el valle de Mexicali. Hace frío con ganas de un chocolate calientito, un café con mucha azúcar, un pan, un corico con sabor a vainilla, una conchita con frijol negro. Así, estas sensaciones casi navideñas, sentimentales, sutiles, de pueblo tranquilo, de gente que nomás ve la tele y en la mañana le da granos a las gallinas y escucha el canto de los pericos y las alondras, que oye al viento que ulula y acaricia las acacias o a los pinos salados, anda tranquila, siempre, con su agua que es suya y reparte, con su tierra que es suya y comparte, con su producto agrícola que es suyo y comparte.

 

Pero por la ventana, en la tarde, antes veían el atardecer, el sol yéndose a quién sabe dónde, y pasaban los perros ladrando, y mira, ai va una liebre corriendo, mira, la vaca anda caminando lenta, ai viene un coyote sigiloso, ya viste al chanate que hizo su nido en el recoveco de la casa. Cosas entrañables, cotidianas, poéticas, circulares, eternas. Haceres de tortillas del saber, de licores sin etiquetas, de carnes y frituras al aire, de pláticas de compartir, de chismes y de organizaciones distritales. De carnitas de puerco y de libros de los viejos ancestros. De recordar que somos falda, pantalón, pala y hacha. Huarache y bota, beso y boda. La comunidad del valle de Mexicali, con sus fiestas y sus sepelios, sus nacimientos y sus muertos, sus celebraciones y sus traiciones. Y todo quedaba otra vez, al otro día, para renacer, porque el sueño era verdadero, porque había agua, porque la mujer decidía y hacía, porque el hombre también, a veces, lo hacía, después del surco, antes de la leche, en medio del amor.

 

Y por la ventana las miradas quieren ver eso, ello, así como era, pero mejor y más libre, y se asoman y ven que un gran edificio les estorba el atardecer, y las guirnaldas del patio se marchitan porque poca agua llega, y el árbol hermoso con su silueta de guerrero tiene algo gris atrás, una estructura sincrética y avasalladora. Y las palomas locas que volaban locas, ya no vuelan de este lado, y las ranitas del río van desapareciendo, y las lagartijas se van yendo a no sé dónde. Ya no pasa el coyote, újule, olvídese que pase corriendo la churera, y ni piense que la cachanilla se va a dar como antes.

 

Una estructura giganta, como dice mi compadre, que piensa mi compadre, nos estorba, nos quita, nos elimina. Crece como en una peli de ficción, monstruo abominable, inefable, inevitable, insistente, jodón.

 

El edificio de Constellation Brands, la joya del gobierno estatal, la presunción del progreso y del avance, el pasaporte para justificar el capital, la panacea que no podrán quitar.

 

En la casa del valle hay encendida una luz que no se apagará.

Mexicali, BC a 22 de diciembre de 2021

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