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Foto: Tomada del facebook del autor

Un día cualquiera

(Micrónica)

 Por: El Róber Castillo

Entras al ocso de la esquina y te formas en la fila: sólo una caja abierta y eres el séptimo cliente sobre letreritos que te indican la sana distancia que ya te sabes de memoria. Te armas de paciencia. Escuchas a la primera en la fila, una mujer que quiere pagar el recibo de agua y luz y, aparte, para sus dos celulares quiere comprar tiempo aire y piensas que tal vez debería comprar espacio tierra. Volteas hacia atrás y ya hay dos personas más cargando bolsas medio llenas de papitas, muchas cervezas y unos limones.

 

El tercero de la fila recibe una llamada al celular, con tono reguetonero, y contesta: “¡No, mi amorcito…!”, ¡Sí, cariño…!” y se sale de la fila por algo que le pidieron y que había olvidado. Uno menos, piensas. Los demás seguramente piensan lo mismo. Comienzan a platicar el cuarto y quinto de la fila; vienen juntos. Uno comienza a decir que su compadre le habló hoy del hospital, que está internado por el covid desde hace tres días y que ailalleva. El otro comenta que estamos en la cuarta ola de la pandemia y que debemos surfiarla para seguir en el mundo. “Todo porque el gobierno ha estado dando permisos para encuentros masivos de música de banda, reguetón y, además, porque muchos emigrados cruzan la frontera sin usar cubrebocas y porque, oficialmente, abrieron las puertas de la frontera a los mexicanos para recuperar la economía californiana con el pretexto de ‘Black Friday’, ‘Thanksgiving’ y la Navidad. Economía antes que la salud.”, agrega.

 

Todos traemos cubrebocas de diferentes materiales, distintos colores y algunos con diseño. Alguien tose muy fuerte en uno de los pasillos y todos volteamos con suspicacia, curiosidad y cierto temor. “¡El que sigue!”, dice el cajero, harto ya de su trabajo. “Ayer lanzaron un cohete desde California para tratar de desviar un asteroide que está muy lejos”, comenta uno de la pareja de conversadores. Y agrega: “Dice la noticia que el satélite va a una velocidad de 66.6 kilómetros por segundo y que llegará a su objetivo en 10 meses. Si yo quisiera ir de Tijuana a Mexicali en ese satélite, y viceversa, del mar al desierto y del desierto al mar, haría el recorrido en sólo diez segundos.” Ahora son los siguientes en la caja lenta.

 

Delante de ti está un hombre que lleva su ropa con manchas de pintura blanca, algo de cemento pegado y huele a madera de arce; es albañil, pintor y carpintero y lleva un galón de leche y una caguama. Voltea y te pregunta que qué opinas y le contestas que a los malos políticos y a los malos empresarios deberían mandarlos en satélites a desviar asteroides. Sonríe; es el siguiente en pagar. Mientras esperas tu turno, atrás de ti hay una pareja de la tercera edad. Ella le dice a su compañero que van a pagar con tarjeta, que no olvide el nip, y le susurra al oído el número pero él no la escucha bien. Ella saca una pluma bic del bolso y le escribe el número en un papelito y le dice: “¡No lo vayas a perder!”.

 

Es tu turno. Pides una botella de vino tinto del mago Merlot y unos cigarros Camel, de los de sesenta pesos. Pagas y sales empujando la puerta con el codo derecho. Subes al carro y enfilas a casa con el fuerte deseo de llegar y descorchar el vino, prender un cigarrillo y poner musiquita de Van Morrison o algo de jazz para disfrutar una noche más en este mundo.

 

25 de noviembre de 2021

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